martes, 24 de marzo de 2009

El gim: ¿placer o tortura?




Nunca me gustó hacer gimnasia. Correr, caminar, levantar pesas o pedalear y sentir que el corazón se me desarma, que los latidos se desesperan en mi pecho y que los 10 cigarrillos diarios me sacan factura con cada movimiento que me arranca del sedentarismo. Sin embargo, siempre dije que a los 25 iba a empezar a preocuparme y vengo de maravillas. Hace casi un año y medio que hago algo (alguito) tres veces por semana y me siento bien, mejor, más activa y con una pizca más de salud.

De todos modos, durante la hora que dura la clase no soy lo que se dice un ser humano plenamente feliz. Pero cuando salgo sí; me siento renovada y me engaño diciéndome que tanto daño no me debe hacer el pucho o las cervezas de los viernes si mantengo este ritmo gimnasta (a mi manera).

Debe ser por eso que me causó gracia cuando el otro día una compañera se me acercó y me dijo que eso de ir tres veces por semana me iba a durar poquito. “Es un vicio. Vas a ver que después no podés dejar de venir ni un solo día. No vas a querer parar; es hermoso”. Claro. Ella porque llega a las 17.00 y se retira a las 21.00 todos los días.

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué tiene de lindo? ¿Qué es lo placentero de pasarse una hora pedalenado empapada como recién salida de la pileta y después chuparse otra hora haciendo saltar lágrimas al levantar unas pesas? ¿A dónde está la magia de hacer seis minutos de sentadillas al ritmo de la música? ¿Qué tiene de posible “vicio” acostarse en el piso y elevar el tronco una y otra vez hasta sentir que te están quemando la panza con una brasa? ¿Cómo se puede desear hacer todos los días estocadas que hacen temblar las piernas y doler los glúteos?

Vamos… al que le apasiona el gim es solamente por los resultados a los que llega: la colita más levantada, unas piernas firmes, una panza chata y unos brazos marcados. Pero de ahí a hacerlo por placer… mmmm… no, no lo creo. Yo lo reconozco: una pizca de mis tres horas semanales son por salud y la otra gran parte es porque no tengo ganas de que el traste me llegue a las rodillas cuando cumpla 30. Es la verdad. De ahí a que se vuelva un vicio hay un trecho enorme.

Porque comer chocolates, devorar una hamburguesa llena de mayonesa y ketchup, fumar un Philip mientras tomo un vaso de fernet helado, repetir dos veces la compotera de flan de leche condensada o echarme a leer durante horas pueden ser vicios. Y esos sí que son hermosos… pero transpirar como un chancho bajo el sol mientras dura la tortura de Body Pump, no. ¿Estoy errada o mi definición de placer es muy personal y poco sana?

domingo, 8 de marzo de 2009

Piropeadores de cuarta


En Tucumán ya no hay hombres que digan piropos. No. Al menos, no me tocó todavía cruzarme con alguno. Porque una cosa es que te digan “adiós, linda” o “me acabo de enamorar” (la falta de creatividad de esta frase merece un párrafo aparte) o “qué ojos”, pero otra muy distinta es que traten de ¿conquistarte? con palabritas patéticas, ordinarias y vulgares. ¿Qué les pasa, muchachos?

Las que me tocó escuchar, sobre todo al pasar por alguna obra en construcción, son en su mayor parte irreproducibles. Mucho peor, claro, si van acompañadas del movimiento de lengua hacia ambos costados que me revuelve las tripas. Y ¡cuánto peor! si el “piropeador” degenerado va en una moto en la que lleva atrás a su pobre mujer con unas astas gigantes y a su dulce hijita. ¿Qué onda? Lengua va, lengua viene… ¿qué sentirán ellos, no?

El de ayer caminaba por Laprida al 700 enfundado en un traje gris, corbatita celeste, gomina que lamía su pelo llevándolo hacia atrás y celular último modelo en la mano. “Te parto al medio”, me dispara cuando aprieta el botón “end” de su móvil. Qué bonito. Lo miro con asco, con mi peor cara y le retruco (lo cual no es recomendable hacer): “Viejo verde, podrías ser mi papá y hasta mi abuelo”. Se me hace el galán (encima), sonríe y remata: “Sí, podría pero no lo soy”. Le suena el celular y atiende con su mejor sonrisa, como un triunfador. Imbécil. Estuvo original, ¿no? Eso sí.

Son pésimos, muchachos. ¿Caerán algunas mujeres en las garras de estos piropeadores de cuarta? No lo sé. Pero deberían reflexionar y decirnos, al menos, los clásicos malos pero más sutiles, más cómicos, al menos para arrancarnos una risita y no una arcada… “Se te cayó un papel… el que te envuelve bombón” o “¿Asaltaron una juguetería? Porque veo que se escapó una muñeca”. Hasta pueden bordear la ridiculez sin caer en las groserías que no enamoran a nadie. Como el flaquito de Mar del Plata que detuvo su bicicleta, miró a mi amiga y le dijo serio: “Por vos mataría una ballena a ojotazos”. Se ve que lo inspiró el mar. Hay de todo y para todos los gustos, ¿vieron? Yo me quedo con una buena mirada, nada más.