sábado, 27 de junio de 2009

Noche de espera, de baños y charlas

Una y media de la mañana. Los vidrios de mi ventana están empañados y como siempre en mi cuarto hacen 5 grados menos que en el resto de la casa. Prendo el caloventor un ratito porque me ahoga. “A mi también me ahoga, Luli”, me confiesa mi enano (el de 8) mientras lee su libro “Exploración al Espacio”. Ya se metió en su cama (al lado de la mía), tiene el pelo aún húmedo por la ducha y entre hoja y hoja me muestra cómo le suenan los dientes cuando se pasa el dedo índice por los dos de adelante (eso quiere decir que están impecables, que se los lavó muy bien). Le digo que sí, que brillan, pero que nos callemos un ratito así cada uno lee lo suyo. Me muero por saber cómo termina Martín en Sobre héroes y tumbas. Me concentro, me tapo hasta el corazón y arranco las últimas cinco páginas de Sábato. Pero mañana llega el papá de mi enano y, yo sé muy bien, eso lo inquieta, lo pone ansioso, le quita el sueño y se le da por la verborragia. Ahí voy: justo en uno de los recuerdos de Alejandra Olmos, la vocecita de mi enano me interrumpe.
- Luli, ¿te parecen ricos los chizitos?
- Sí, amor. Me gustan.
- Ah… no, a mi no. Prefiero las papas y ahora vienen unas que son de forma de palito, que hasta le podés poner ketchup.
- ¿Sí? Mirá vos qué bueno. A mi me gustan las dos cosas
- No… los chizitos a veces son como chicle
- Sí, pero los de mala calidad amor.

Bien. Se calla un ratito y se vuelve a concentrar en la foto de un astronauta pisando la luna. Bosteza. Vuelvo al ruedo, busco el párrafo que había dejado y acomodo mi almohadón para seguir. Ahí vamos…
- Luli, ¿vos vas a misa?
- No amor, no voy
- ¿Por qué no vas?
- (mmmmm) Y… porque me aburre
- ¡Sí! A mí también me re aburre. Capáz que cuando sea más grande me gusta más
- Claro chancho, capaz… si a uno le hace bien tiene que ir

Asiente y deja el libro al costado de la cama. Es el turno de las plastilinas. Mi enano es un artista hecho y derecho. Guarda en su caja roja todo tipo de artesanías que modela con sus manitos diminutas: astronautas, naves, cohetes, planetas, Marios Bros y Pukas. Arma ciudades enteras con masas de colores. Otra vez busco el renglón que había dejado. Martín está teniendo una charla sin desperdicio con un camionero humilde. Pero no puedo enterarme de más detalles.
- Luli, ¿la Virgen se le puede aparecer a cualquier persona?
- (Ay, Dios, las preguntas de mi enano) Dicen que se le apareció a algunos amor, pero no conozco a nadie que le haya pasado
- ¿Y a Bernardita?
- Claro, ¿ves? A ella dicen que sí. Pero yo no sé… no creo que alguna vez se nos aparezca
- Claro… igual no me daría miedo porque es buena. ¿Y el demonio se nos puede aparecer?
- No, amor (ojalá que no ché, pienso). El demonio no. Aparte vos sos un sol, cómo se te va a aparecer el demonio.
- Sí, qué tonto. Es verdad

Resigno la lectura para la siesta del día siguiente. Son más de las dos de la mañana y el cansancio me vence. Cierro a Sábato y le digo a mi chancho que es tardísimo y que es hora de dormir. “Bueno”, me dice convencido. “¿Rezamos?”. Sí amor, por supuesto. Y decimos la misma oración de cada noche que dormimos juntos. “Diosito, te damos gracias por todo lo que tenemos. Te pedimos por… (nombramos a toda la familia, claro) y te pedimos que nos enseñes a ser mejores personas todos los días. Angel de la guarda, dulce compañía, no me desampares… Amén”.
Apago la luz y le doy la mano por debajo de mi colcha. Es nuestro secreto (era) porque así se duerme más fácil. Pero no funciona esa noche. Estoy en ese escalón hermosísimo en el que se viaja hacia el sueño, a punto de dormirme, entre la conciencia y la inconciencia.
- ¿Luli?
- Qué enano… (mi voz ya no es igual que a la 1 y 30)
- No me puedo dormir…
- Tratá, amor. Cerrá los ojos, pensá cosas lindas y te vas a dormir.
- Pero si eso hago y no puedo igual
- Amor, hace poco apagamos la luz. Dormite rápido y así va a llegar más rápido el papá
- Bueno…

Otra vez estoy en el escalón hermosísimo. Le siento la respiración y pienso que ya, ya se duerme.
- ¿Luli?
- Qué
- Me hago caca
- Uh, chancho. ¿seguro? (tía mala con fiaca de llevarlo al baño)
- Segurísimo

A prender la luz, a destaparse, a pisar el piso helado y al baño. No se anima a ir solo. Lo acompaño. Camina con su piyama de ositos y se sienta.
- ¿Ves que era verdad?
- (me río y se me va el sueño). Veo mi amor, veo.
- ¿Cuántas horas faltan para que llegue mi papá?
- (miro el reloj. Son las 2 y 40) Seis horas chancho. Casi nada.
- ¿Y ahora?
- ¡Lo mismo enano! Si me acabás de preguntar
- O sea que ya casi es de día
- No tanto, para eso faltan unas 4 horas
- Cierto, mi papá llega de día

Apago la luz del velador otra vez, le vuelvo a decir que sueñe con los angelitos y cuento las pocas horas que me quedan por dormir antes de irme a trabajar.
- ¿Luli?
- Enano, no es hora de charlar ya, en serio. Tengo que levantarme temprano. ¿Qué pasa?
- Que me gusta conversar
- Mi chiquito… a mí también me encanta. Pero por hoy fue mucho. La seguimos mañana, ¿dale?
- Dale…

Logra dormirse antes que yo. Respira distinto, con esos ronquidos típicos de él que me hacen dar cuenta de que ya puedo soltarle la mano y acomodarme como más me guste. Cierro los ojos tranquila, le doy una última caricia en su cachete suavecito y me duermo. No importa las horas de sueño que me quitó mi enano. Le gusta conversar. Necesita conversar. Muerta de ternura, me entrego a la maravillosa inconciencia de las noches. Sueño que como chizitos con ketchup en un cumpleaños.
En eso estoy cuando el patético sonido de mi celular me anuncia que es hora de partir hacia el estudio. Con un esfuerzo sobrehumano, me paro de la cama con la piel de gallina. Lo alzo dormido para llevarlo al cuarto de mi mamá y me envuelve con sus patas flacas mientras apoya su cabecita en mi hombro.
Me estoy lavando los dientes.
- ¿Luli?
- Qué mi amor. ¡Qué hacés despierto!
- ¿En cuánto llega mi papá? Ya es de día
- En media hora chanchito

Sonríe de esa manera única, con esa sonrisa que no tiene siempre, sólo cuando algo le genera demasiada pero demasiada felicidad y se va descalzo a la cama a dormirse de nuevo. Me perdí el reencuentro, sí, pero viví la previa. Hermosa, como mi enano.

lunes, 15 de junio de 2009

¡Gracias má!


La mujer tiene el pelo platinado, no es rubia sino que sus mechones gruesos y con olor a spray de peluquería cara son casi, casi blancos. Tiene rulitos en las puntas, le caen sobre los hombros desnudos. Sus ojos están muy separados y sus pómulos intentan ser lisos en vano; pobre mujer: parece que está chupando un foco de tanta aguja que le aplicó a sus labios (que alguna vez deben haber sido armónicos). Se ama casi con pasión, se mira al espejo con reverencia y hasta a veces se sonríe entre pasito y pasito. Un, dos, tres… carga más peso sobre sus hombros y mueve sus rulitos al compás del punchi punchi y larga un largo y exhausto -pero placentero- “Uhhhhhh” (no de lamento ¿no? Sino de aliento, de “yo puedo”, de “quiero más cuadraditos en mi panza ya sin pupo”) mientras suda de gozo y alegría.
Entonces agradezco la esencia que me rodea. Alabada sea mi madre que come milanesas con puré y dice que sus arrugas guardan trozos de sus 62 años, que son marcas de su vida y que las ama mucho. Gracias, mamá, por no dejarme ser nunca jamás como la mujer enruladita, con ojos separados y sin pupo.