lunes, 3 de enero de 2011

Estrecho resumen de mi 2010

Se va. Como todos. Pasó volando. Como todos. Aunque me parece que cada vez más. Fue bueno. Muy bueno. Con lágrimas, pataleos, dudas, errores, broncas, enojos. Pero bueno. Mejor dicho, por todo eso también fue bueno. Este año reí. Lloré mucho. Aunque reí más de lo que lloré. También me reí de mis lágrimas. Me reí de mis dudas y mis planteos. Me reí de mis pensamientos. Y me enorgullecí también. Y también lloré por ellos. Este año fui feliz. No lo fui tanto de a ratos. Sólo de a ratos. Me conocí un poco, un poquito más. Disfruté la soledad. Disfruté la compañía. Besé con ganas y sin ganas. Quise poco. Quise mucho. Me enamoré o algo así. Exploré. Sentí. Me dejé sentir. Fui consecuente y a veces no tanto. Me emocioné hasta sentir mezcla de dolor y cosquillas en el alma. Me caí muchas veces. Me tropecé muchas más. Me levanté. Me volví a caer. Trabajé mucho. Trabajé feliz. Trabajé con orgullo. Trabajé con pasión y a veces con desgano. Conocí gente. Conocí buenas personas y algunas que no lo son tanto. Tomé cerveza los martes y miré las estrellas mientras lo hacía. Tuve resacas feas. Tuve resacas mezcladas con ataques de risa. Tuve noches de insomnio. Tuve noches de paz y sueños. Tuve noches de películas malas y de libros maravillosos. Tuve noches de compañía y noches de soledad. Fui al súper con listas ridículas que aprendí a armar con el paso de los meses. Me mudé la semana de la nieve. Vi nevar por primera vez desde una ventana nueva y desconocida. Y lloré por eso. Y sonreí con ganas por lo mismo. Aprendí que el llanto no es eterno, que las noches de almohadas empapadas ayudan a crecer, que la bronca por sentirse mal pasa y que el dolor que parece infinito se salpica siempre de una buena noticia. Aprendí que a las decisiones sólo puede tomarlas uno mismo y nadie más. Abracé a mis sobrinos con todas mis fuerzas. Los amé más que nunca al repasarlos en mis noches de insomnio. Me convencí de muchos argumentos propios. Descubrí que respeto los ajenos pero defiendo los míos. Aprendí que no hay fórmulas para nada, que soy mucho más relativista que absoluta y que me gusta dudar de todo. Aprendí que me molestan los extremos y que me cansa del mismo modo escuchar posturas diestras y siniestras. Aprendí que si trato de ser tolerante, tengo un puente más placentero hacia el bienestar y la paz conmigo misma. Aprendí que eso no es fácil y trabajo para lograrlo. Escuché música lenta para llorar y movida para bailar. Fui a bailar prácticamente todos los fines de semana. Bailé sola. Bailé con amigas. Bailé con amigos. Bailé con amantes. Amé. Odié momentos más no personas. Dudé de todo mil veces. Pensé demasiado cuando no tenía que hacerlo tanto. Me arrepentí. Pedí perdón y me perdonaron. Corroboré que la cabeza y el corazón no se llevan bien. Descubrí que muchos de los consejos que me dieron algunas personas que me rodean no son los que quiero. No los puse en práctica. No me equivoqué. Traté de comer bien y sano. Comí bien y sano a veces. Comí mal y poco sano otras. Comí muchos fideos y hamburguesas. Y también comí tortillas de espinaca, tomates y atún. Tomé dos litros de agua casi a diario. Hice gimnasia tres veces por semana. Fumé. Fumé muchísimo. Pasé de fumar 7 cigarrillos a devorar 20 en un día. Disfruté mis días con Sabina de fondo prácticamente a diario. Escuché Drexler, Serrat, Silvio… Y hasta Arjona, Luis Miguel y los Guns mientras ordenaba mi casa. Ordené más de lo que quería. Probé detergentes y limpia muebles baratos que no valen la pena. Pagué los más caros y me duraron más. Volví a leer a Sábato, a Eco, a Dostoiesky, a García Márquez, a Cortázar, a Singer, a Saramago, a Aguinis. Y también leí novelas baratas de autores poco intelectuales. Todas me llenaron el alma y me aportaron algo. Me hice nuevos amigos que valen la pena y que no sabía que tenían tanto parecido a mí. Fui buena hija, buena hermana, buena tía, buena compañera y buena amiga. Y a veces no lo fui tanto. Postergué planes y no me hice cargo de muchas cosas. Pero concreté algunas importantes. No fui al médico. No me enfermé. No tuve más síntomas extraños como los que me atormentaron en 2009. Fui transparente. Fui yo. Miré con pasión. Me miraron con pasión. Me tocaron el alma sin que me diera cuenta. Me rompieron un poquito el corazón por primera vez. Tuve charlas sin desperdicio con mucha gente. Tuve otras para el olvido, de esas que restan. No escuché ninguna misa. No me confesé. No me amigué con la religión y tampoco me quitó el sueño. Pero amé a Dios con todas mis fuerzas y hablé con él todos los días. Me sentí protegida por Dios y le di las gracias por eso. Este año fui lo más parecida a lo que quiero ser. No siempre. Pero casi siempre. Viví, sentí, dudé, amé, conocí, me equivoqué, reí, lloré. Se va 2010. Y yo, confieso que he vivido.