viernes, 9 de agosto de 2013

¿Para cuándo, ché?

Hay cosas que los seres humanos nunca llegamos a aprender. Por ejemplo, no nos cansamos de preguntar cosas que a la gente no la hace del todo feliz. Son las preguntas esas que se hacen por hacer o por el síndrome del “alpedismo” o porque no hay nada más interesante que charlar con la otra persona. Los ejemplos más gráficos: Estás saliendo con alguien. Saliendo. Bien. Chocha de la vida, así, con la palabra “saliendo” vos sos feliz. Punto. No pensás todavía, por más que hayan pasado meses, en cambiar el título. No te importa. Y entonces, de 10 personas, 9 y media te preguntan: “¿Y? ¿Para cuándo?”. Para cuándo qué, la puta que te parió, pensás vos. Pero no querés ser mal educada y sólo llegás al “para cuándo qué”. “¡Para cuándo el noviazgo ché! Ya son salientes hace mucho”. Qué mierda te importa. Pero como sos diplomáticamente correctísima, largás un “Ya, ya… tamos tranquis”. Y sonreís. Estás de novia. Qué lindo. Pusiste el título para felicidad de los preguntones (y de la tuya, claro). Pasan los meses, los regalitos, las comidas románticas, los cines, los teatros, las peleas, los enojos, los viajes, los besos, las risas, las cucharitas, los veranos, los inviernos. Felicidad total. Habemus novio. Y así estamos. Chochos de la vida, claro. Y otra vez, los culillos de siempre. “¿Para cuándo el casorio ché?”. Para cuando se me cante pedazo de boludo. Pero no. Sonreís de nuevo con esa sonrisita que te achina los ojos y que sólo el que te conoce sabe que es medio falsa. Y vamos de nuevo. Misma respuesta. Copiar, pegar. “Y… ya se verá. Tamos tranquis, muy bien así”. Bueno. Pasó el tiempo. Tenés un montón de años y decidís que ok, que te casás. Qué lindo. Qué huevos. Qué amor. Mucha cosa adrenalínica. Y vas, hacés toda la parafernalia pre marital, llega el salón, la fiesta, los regalos, la casita nueva, la luna de miel, la vida compartida. Todo hermoso. Hasta ahora, no necesitás nada más. Y ahí están, nunca se quedan calladitos estos hijos de puta. “¡Ay que lindo! ¿Y para cuándo el bebé?”. Para cuando vos decidas dejar de ser inoportuno, idiota. Pero volvés a sonreir con los ojos más achinaditos. No copio ni pego, elijo un “Ya llegará”. Y un puntito final que no de lugar a mayores inquietudes. Y bueno. Se terminó la luna de miel del primer tiempo y el Evatest marca dos linitas clarísimas. No lo podés creer. Abrazos interminables con el ex saliente, ex novio, actual marido. Nudos en la garganta. Lágrimas, felicidad, emoción. No sabés cómo carajo vas a ser capaz de ser madre, estás llena de amor pero también de dudas, preguntas, miedos… Y acá los preguntones son discretos. Más bien son todos pura alegría y más que nada sos receptáculo de frases del tipo “¡Qué emoción! ¡Van a ser amiguitos de los míos!” o “¡No te puedo creer! Era hora ya!” (acá entran los que tienen un poquito menos de tino). Pero bien. Nada que nos pare tanto los pelos. Pero de un plumazo pasan los 9 meses. Tremendo. Ya casi explotás, estás hecha una ballena. Bueno, todo lo que sigue, pese a mi desconocimiento, todos lo sabemos: contracciones, más contracciones, dilatación nosé cuánto, peridural, piernas abiertas, fuerza, puje puje, la manito del que te hizo eso apretándote fuerte (si aguanta el muy desgraciado), parto. Y bebé. Afuera de panza. Más lágrimas, más amor, más emoción. Más besos y promesas de amor eterno con el ex saliente, ex novio y hoy marido. Y así, casi sin darte cuenta, desvelada, con una cara de culo que no podés disimular ni con todo el corrector del mundo por la falta de sueño, estás dando de mamar al bebé que no llegó ni a los 6 meses. Y antes de la pregunta final que seguramente va a terminar de hacer que odies al mundo, te indagan “¿Ya sabés a qué colegio lo vas a mandar?”. Esto es demasiado. Apenas sé qué marca de pañal voy a comprar el mes que viene. “Ya se verá”, disparás ya sin sonrisa, sin nada de sonrisa. Pero todavía queda la final, ¿te acordás? ¿Y sabés cuál es la que te mandan estos hijos de puta? ¿Sabés? ¡Sí! “¿PARA CUÁNDO LA PAREJITA?”. Y así sucesivamente. Toda la vida.