lunes, 17 de septiembre de 2012

De soretes y fascistas

Yo no soy de la oligarquía. No soy de la clase alta. No tengo ni medio dólar ni tantos pesos. Ahorro muy poco, cuando puedo y lo que puedo. No tengo un caprichito de comprar moneda extranjera ni otro caprichito de viajar por el mundo cuando quiera. Yo nací con la Democracia, en el 83, y no aplaudí ni aplaudo ni aplaudiré jamás a Videla, como dijo la abanderada de una causa que considero más que justa –justísima- a quien yo, una boluda de Barrio Norte que sólo quiere vestirse bien, le doy asco. Yo, como tantísimos otros oligarcas, le doy asco a Hebe, emblema de una ¿izquierda? consecuente. Yo no soy una garca ni una golpista ni una desestabilizadora de la democracia. Yo no soy un “sorete”. Yo no soy ni quiero ser nada de eso, todos adjetivos que he sacado de mi tan heterogéneo Facebook. Yo no quiero miedo. Yo no formo parte de una movilización del miedo y del odio. Yo no quiero odiar y de hecho, no odio a nadie. Yo sí quiero inclusión. Yo sí quiero dignidad. Yo sí quiero jóvenes que se involucren cada vez más. Yo sí quiero un país más justo. Yo sí creo en la igualdad de derechos para todos (y todas). Yo sí creo en el Matrimonio gay, lo he apoyado y lo voy a seguir haciendo. Yo sí quiero que haya Asignación Universal por Hijo y también quiero que los planes sociales sean medidas paliativas como un puente hacia algo mejor y más profundo. Yo sí quiero que se juzgue a quien se tenga que juzgar y también aspiro a un Nunca Más. Yo sí creo que debe haber una Ley de Medios justa y no me gustan los monopolios (pero de ningún tipo). Yo, aclaro, no sé de política y lo que digo, hago o escribo, sale desde lo que considero más justo o desde mi sentido común. No he leído a grandes intelectuales o politólgos. Prefiero leer una buena novela que me saque de la realidad y me haga ser parte de ese mundo paralelo, divino y mágico que sólo pueden darme mis escritores favoritos. Pero yo igual puedo gritar. Puedo salir a la calle. Puedo estar en contra. Puedo movilizarme. Puedo, aunque no lo haga, golpear cuantas cacerolas quiera. Porque soy pueblo también. Porque somos todos pueblo. Los que tienen más, los que tienen menos, los que tienen más o menos y los que no tienen nada. Entonces, no me conformo solamente con lo lindo que me plantea la teoría del modelo. Yo no quiero que se vayan. Quiero que terminen su mandato. Yo quiero igualdad, equidad y justicia. Pero no la quiero así. Así no. Yo no quiero más Indec. No quiero más Ciccone. No quiero Moreno, De Vido y Abal Medina. No quiero que me mientan. No quiero que un funcionario me hable de veranear en el país y ver después su modesta casita en Punta del Este. No quiero que me prohíban algo que ellos no ejercen. No quiero una re reelección. No quiero ni creo en una perpetuación en el poder. No quiero una izquierda ficticia que me habla de distribución de la riqueza y aumenta su patrimonio en un 100, 200, 300 por ciento en pocos años. No quiero que me tilden de fascista por pensar diferente. No quiero que hablen con bronca de la gente bien vestida con fragancia extranjera cuando prendo la tele y tengo una cadena nacional con la Presidenta (que eligió el 54% de los argentinos) enfundada en un traje carísimo del que ni siquiera conozco la marca, un Rolex que seguramente nunca me pueda (ni me interese) comprar y una fragancia más cara de la que debe haber aromatizado a toda la marcha del odio y la oligarquía. No quiero eso. No quiero voluntades compradas ni limosna para los que menos tienen mientras los propulsores de este proyecto nacional y popular se inflan los bolsillos año tras año. Escucho funcionarios que dicen que armemos partidos políticos. ¿Tengo que armar uno? ¿Tengo que sí o sí militar en alguna agrupación para estar en desacuerdo? Me han tildado más de una vez -una amiga a quien respeto y admiro que milita en una agrupación kirchnerista- de “utópica”. Pues será que lo soy. Porque no quiero más el “estamos mucho mejor que en 2001, por más que se robe”. No quiero más el “Te quejás de lleno. Todos afanan; éstos al menos hacen”. Yo no quiero que se robe a mansalva. Yo creo que un proyecto que se dice popular puede y debería tener un marco de moralidad que lo haga más creíble. Yo creo en esa ¿utopía? Yo reconozco que se ha hecho y se han concretado logros (eso no es para levantarse y aplaudir. Eso es lo que tienen que hacer aquellos que representan a una Nación. Más aún estando casi una década en el poder). Pero no soy maquiavélica y quiero, espero y anhelo que el fin no siempre justifique los medios. Porque para mí es ahí cuando pierde valor. Cada cual como quiera. Cada cual como pueda. Los reclamos suman, los pedidos -sean de la clase que sean- son necesarios y deben o deberían ser escuchados. Soretes, mala gente, resentidos, embroncados y llenos de odio… he visto en todas partes. Así que ni oligarcas ni golpistas. Ni milicos ni fascistas. Paremos. Pensemos. Respetemos. O al menos, hagamos el intento.

jueves, 24 de mayo de 2012

Sorete

Mi ahijado de 4 entra en lo de mi vieja. Se frena. Me mira. Mueve la cabecita para los costados. Y dispara: -Así que te han ‘choriado’ el celular Abi. -Sí amor. ¿Te das cuenta qué feo? -Horrible. Y todo te han choriado. -Si Princi. Todo. -Ya no tenés nada de nada de plata. -Algo… pero poquito. Necesitaría un abrazo fuerte de ahijado amado. -Sí. Eso necesitarías. Y me abraza fuerte. Y me planta un beso en el cachete y me empapa de olor a colonia recién puesta. Y encima, me dice que me ama. Y yo me olvido del mal trago, de los pasos acelerados y torpes de seis pobres tipos, de la pistolita plateada y del Sr. Estado. Soy feliz y le digo que lo amo más. Me mira, ya despreocupadísimo por el asunto, y retruca: -¿Te conté que Pierino ya no se anda tocando el pito todo el día? -Ay amor, qué bueno. Menos mal. Ya aprendió entonces que es privado, como te expliqué el otro día. -Sí. Pierino ya sabe que el pito se usa para hacer pis y punto. Da por finalizada la charla, se da vuelta y se va solito en busca de su Porche rojo. Antes de llegar al patio pasa por el baño y me grita: “para hacer pis Abi. Sólo para eso”. Quiere que me quede claro. Le digo, conteniendo a más no poder la risa, que por supuesto, que tiene razón. Igual, le queda latente el temita robo y ladrones. Indaga más. Quiere saber dónde se fue el ladrón, dónde vive, cómo es. No sé mi amor, se fue en una moto. ¿Tenés ganas de decirle algo? -Sí. Sorete. Es un sabio mi rey. Le digo que yo también le diría lo mismo y le canto la canción ‘Soretes para la cena’ de Capusotto, que le encanta (soy una madrina delicada y fina, claro está). Nos reímos y le planto un beso molesto de tía asquerosamente babosa. Ya no tengo mi celular y lo tengo que seguir pagando. No tengo las fotos ni mi billetera ni mis contactos. Pero tengo un ahijado que me alegra la vida y me hace la madrina más feliz del mundo. El resto, ahora, me importa un sorete.

lunes, 23 de enero de 2012

Tarde con mi ahijado

Cuidar a mi ahijado no tiene desperdicio. Nunca. Es un torbellino. No para. Habla. Se ríe. Se enoja. Me desobedece. Me da besos. Me saca el título de madrina en un segundo. Me dice que me ama. Me dice que no me quiere más. Me pregunta si tengo auto. Me dice que debería comprarme un Audi TT. Entre el sinfín de experiencias y charlas que tengo cuando estamos solos, siempre da la nota con algo. Con algo que me saca de la realidad y me sumerge en un descomunal ataque de risa. Hoy fueron dos. Léase que el ahijado, Felipe, aún no cumplió 4 años.
- Abi (es el intento de “Madri” que ya quedó como mi apodo formal), ¿no es cierto que los varones no tienen que andar tocándose el pito?
- No amor. Ya te expliqué el otro día que no
- Claro que no…Pierino (compañero de jardín) se toca el pito como mil veces por día. Pésimo está. ¿No es cierto Abi?
- Ya te expliqué amor que el pito es algo tuyo, es privado
- Sí. Privado. Sólo puedo tocarlo en el baño. Porque ahí hago pis y lo tengo que agarrar
- Claro bebé.

Hago un gran esfuerzo para disimular la risa y cambio de tema. Le pregunto cómo se había portado en el cine el sábado (su mamá ya lo había delatado usando palabras poco felices como “insufrible”, “pésimo”, “peor imposible”, “intratable”, entre otras…). Se encoge de hombros, entre cierra los ojos y pone las palmas de las manos hacia arriba.
- Y… no tan bien. En realidad bastante mal Abi
- ¿En serio amor? ¿Y por qué? ¿Qué pasó?
- Me he portado pésimo. Re mil mal. Pero bueno… fue un accidente
- ¿Un accidente? (estoy entre hacerme pis encima o morfarlo a besos. Pero necesito escucharlo más)
- Sí Abi. Un accidente en el cine. No quise portarme mal. Fue un accidente. Y ya no quiero hablar más.

Obediente, le aconsejo que se porte mejor entre besos y abrazos. Poco me importa en realidad su conducta cuando tengo su cuellito transpirado en mi cara y le digo que lo amo. Me abraza con fuerza, me da un beso mojado y torpe y remata:
- Abi, vos que me amás mucho… ¿me vas a comprar otro auto cuando puedas? (tiene un Porche rojo que ya está muy viejo y al que ni los pedales le quedan sanos)
- Obvio mi amor. Cuando tenga más plata te compro otro. Sólo a vos, porque sos mi único ahijado.
- Sí, los demás son “sólo sobrinos”. Cuando puedas, entonces, quiero un Audi TT.
- Hecho.

Mentira piadosa. En dos horas, el ahijado único que Dios me dio me convierte en la madrina más feliz del mundo. Eso sí.: sigo corroborando que la maternidad no es lo mío. No todavía. Ahora que se fue, disfruto de mi cigarro obligado y mi silencio divino. Me duele la cabeza con sólo mirar el caos que me dejó entre las galletas de chocolate, el Porche, los barcos de papel, el fuentón que hizo de mar y el paño empapado con el que limpió su auto.