martes, 14 de septiembre de 2010

Silencio

Silencio. Silencio de soledad. De soledad linda, que no lastima. Silencio de lunes por la noche en la Santa Fe. Silencio de libertad y de palabras. Silencio de sentimientos que aún no logro comprender. Silencio de risas ajenas y consejos prestados. Silencio de bocas, de brazos y mimos. Silencio de amigos, de amores y amantes. Silencio de vos. Silencio de mí. Silencio mayor, que me deja muda. Silencio de padres, de hermanos y tíos. Silencio de paz. Silencio de alma. Silencio de hojas, de días y noches. Silencio de mar. Silencio de estrofas. Silencio de juegos, de tardes eternas. Silencio y yo sola. Silencio de vida. Silencio de dudas, de mentes absurdas, de respuestas vagas, de mil y un preguntas. Silencio que toca, silencio que llega, silencio que roza pero que no hiere. Silencio de amor. De oración y duelo. Silencio de rosas, de anillos y cenas. Silencio de meses, de estos 9 meses. Silencio que crece. Silencio que ayuda. Silencio de ojos, de manos y dedos. Silencio de sexo, de pasión y cama. Silencio en tu vida. Silencio en la mía. Silencio que llega y que no se va. Silencio que apura, que se va y que vuelve. Silencio en tus manos. Silencio en las mías. Silencio de meses, de meses oscuros. Silencio sin nubes, silencio con lluvias, con soles y nieve. Silencio de causas, razones, certezas. Silencio de vos. Silencio de mí. Silencio de a dos. Silencio lejano. Silencio callado. Silencio en la noche. Silencio de lunes. Silencio de mí, de vos y de a dos. Silencio que aumenta y que no se explica. Silencio en mi cama, chica, vieja y mía. Silencio en mi cuerpo. Silencio en mi mente. Silencio en mis besos. Silencio en lo falso. Silencio en intentos. Silencio en acuerdos. Silencio de meses. Callado silencio. O locuaz silencio. Silencio de espera. De llantos. De miedos. Silencio, acá estoy. Silencio, me entrego.

jueves, 2 de septiembre de 2010

De a poco

De a poco, de a poquito te voy sintiendo mío. Muy mío. Cuesta, sí. Pero qué bien se siente. Son las 12.30 de la noche y a nadie le molesta el ruido de las teclas que suenan desesperadas con la música de Bebe de fondo que me da muchas pero muchas ganas de vivir. Y me siento viva. Me siento feliz. Arriba de mi departamento, una francesa invitó a medio mundo para inaugurar su nueva casa y yo escucho las risas cerca de mí y hoy, eso me alegra. Hace un rato que terminé la tercera nota para la revista y el olor a cigarrillo me está ahogando. Pero me encanta. Y cuando se mezcla con Lisoform no molesta tanto. Es el olor de casa. De mi nueva y pequeña casa. Mamá ya me dijo que abra las ventanas para que se ventile. Le hice caso pero el olor no se va. Y me sigue gustando. Lavé los platos del medio día hace un ratito pero no los guardé, quedaron en el seca platos escurriéndose. Y para mí quedan divinos. Mientras los lavaba me di cuenta de que estaba pisando algo arenoso. Era el pan rallado que había desparramado mientras preparaba mis primeras milanesas independientes, que ya frizé para comer durante varias semanas con tomates, papas, huevos, tomates, papas y huevos. Sí, extraño las tartas, pasteles, carnes al horno y panqueques de mamá, para qué voy a mentir. Pero me gusta mi comida. Juro que me gusta. Ya barrí el piso y no hay más pan rallado en mi cocina. Dejé la sartén con aceite porque estaba complicada. Pero qué importa. Es más: mañana puedo volver a freir ahí las patitas de pollo porque el aceite no se quemó. Miro por la ventana en busca de vecinos pero no hay nadie. Parece que hoy, martes, todos duermen menos la francesa, su mundo y yo. Me espera mi libro en la cama y el último delicioso y perverso Philip. Y a seguir. Y a empezar. Y a vivir. La tristeza de los viejos duele, siempre. Pero de a poco van entendiendo, de a poco están sonriendo con sinceridad otra vez. Empiezo a escribir mi historia entre estas paredes color crema que cada vez siento más mías. Empiezo a tener mis reglas, muy mías. Empiezo a vivir como me gusta. Como puedo. Como me sale. Empiezo a ser yo y eso me llena el alma. De a poquito. Paso a paso. Estoy cerca de la felicidad. O ya entré, no lo sé. Mamá quiere que bendiga el depto. Yo ya lo siento más que bendecido. Entré por un sueño y eso me alcanza. Llegué con una decisión y eso me basta. Vine con la certeza de hacer de este mi hermoso hogar y me parece más que suficiente. Está bendencido, má. Muy bendecido. Y a Dios, gracias. Por hacerme ver la vida de otra manera. Por hacerme diferente aunque me cueste. Por hacerme abrir los ojos y seguir mi camino. Por soplarme al oído que no me equivoqué. Por estas paredes crema que ya siento mías. Por las cortinas que me faltan y los libros que me esperan en mi cama vieja. Gracias. Gracias. Gracias.

jueves, 15 de abril de 2010

Despedida


Lo miró desganada. Dejó la copa larga de cristal azulino con el champagne a medio terminar. Se abotonó el vestido rojo, el mismo que usaba cada 20 de agosto desde hacía casi ocho años, y entró al baño. Se miró en el espejo. El negro pegajoso de la pintura teñía sus ojos color miel y tenía la cara pálida, ya sin rubor. Casi automáticamente se acomodó el pelo despeinado con la mano y pasó su dedo índice por una de sus cejas.
- Me voy. Se hace tarde.
- Y no me decís nada… te vas. Así.
- Me voy.
Salió de la casa en medio de una oscuridad que se acentuaba aún más en ese pasaje desolado. Buscó un taxi y no lo encontró. Decidió caminar. Divisó su departamento a lo lejos, compró un paquete de cigarrillos en el kiosco de la esquina y llegó. Metió la mano en la cartera y buscó las llaves. Siguió con la mano adentro de su bolso. No estaba. Igual, ya no lo quería.
El anillo había quedado allá, encima de la mesa de luz, la misma en la que cada 20 de agosto apoyaba su copa de champagne mientras se sacaba su vestido rojo.

sábado, 10 de abril de 2010

Soledad (Drexler)

Soledad,
aqui estan mis credenciales,
vengo llamando a tu puerta
desde hace un tiempo,
creo que pasaremos juntos temporales,
propongo que tu y yo nos vayamos conociendo.
Aquí estoy,
te traigo mis cicatrices,
palabras sobre papel pentagramado,
no te fijes mucho en lo que dicen,
me encontrarás
en cada cosa que he callado.
Ya pasó
ya he dejado que se empañe
la ilusión de que vivir es indoloro.
Que raro que seas tú
quien me acompañe, soledad,
a mi, que nunca supe bien
cómo estar solo.

sábado, 3 de abril de 2010

Lluvia


Me gusta la lluvia. Pero que me guste no significa que me alegre. Todo lo contrario. Me gusta, pero me pone triste. Hoy fue un sábado gris, lleno pero lleno de lluvia. A veces finita, a veces no tanto. Fumé como quince cigarrillos mientras miraba hacia la ventana y analizaba la forma de las gotas gordas que caían sobre el vidrio. Leí, ordené, vi dos películas a medias, tomé casi dos litros de mate y lloré un poquito. Un poco. La lluvia me pone así, me saca las lágrimas que me guardo en los días de sol. Pero igual la quiero. Me gusta mirarla, me gusta el fresquito que entra por la puerta del patio cuando llueve, me gusta que me haga acordar que a veces es bueno sacar las lágrimas, me gusta que sea sábado y llueva. La lluvia y la soledad se llevan bien. Y yo, de a poco, estoy aprendiendo a llevarme bien con ese nuevo combo…

martes, 9 de febrero de 2010

Se fueron nomás...

La ropa sucia desparramada en la valija. Un poquito de arena que salpica los zapatos. A los bronceadores los guardo en el cajón y uno que otro shampoo de frasco chiquito queda en el estante de mi cuarto para el año siguiente. Bolso de mano listo. Casa cerrada. Se fueron nomás. Y qué cortitas son… mientras viajo en el ómnibus me hago la tonta. Total… sigo viajando, sigo de vacaciones, pienso. Miro por la ventanilla ese paisaje que se repite a lo largo de toda la ruta y trato de resolver la existencia. El gris del asfalto, el verde parejito del pasto y mis ideas que van y vienen como los veranos. Duermo. Me despierto. Leo. Quiero fumar y huelo respetuosamente mi paquete de Philip 20 nuevito. Mi enano duerme como un angelito con su gorra decana entre los brazos. Las horas pasan, Sabina me endulza los oídos y cada vez tengo menos escapatoria. La costa quedó lejísimos, los edificios de Buenos Aires muy atrás. Me despierto después de un sueño cortísimo y a la izquierda me sonríen José Cano y Juan Casañas en un cartel gigante. Listo. No hay con qué darle. Estos son nuestros. La hermosísima entrada a mi Tucson querido me recibe con su divina pintura celeste y verde que me recuerda la prolijidad impecable de mi municipio capitalino. Bienvenidos a San Miguel de Tucumán. ¡Muchas gracias! Sigo medio dispersa y medio dormida. Pero todavía estoy con la cabeza apoyada en la almohadita de El Norteño Vip comodísima. El ómnibus para. Ya está. Bajo las escaleritas con mi enano y su gorra decana, y una ráfaga de viento zonda me quita la respiración. “Íte bajando las valijas vos papito”, le grita una mujer gordita y transpirada a su marido al que literalmente le falta el loro. Definitiva y evidentemente, llegué a mi amado Tucumán. Y ahora, a trabajar gente. Aunque después de mis churros, mis hamburguesas post boliche, mi balneario querido, mi sol fresquito y mi viento miramarense, cueste tanto…