Así nomás. En un segundo. Listo. Pasé de las carcajadas de un viernes de farra al golpe en las baldosas inmundas. Y sus risas que se diluían mientras la moto se alejaba y con ella mi billetera, mi celular, mis fotitos de la gente que amo, mi plata (poca pero muy mía) y mi bolsito con maquillaje. Así nomás. “Amiga, amiga”, sentí que me gritaba desde atrás una voz odiosa, lenta, con olor a maldad, a cerveza y a drogas. No tuve ni tiempo de darme vuelta para verles la cara.
Un par de cortes minuciosos y estudiados con alguna navaja prestada (no, robada mejor) y punto. Una de las tiras de mi cartera se desprendió (gracias a Dios) asique me quedé mudita en el piso, después de que me arrastraron durante algunos segundos. Atiné a mirarme el cuerpo: un par de raspones en el codo derecho, otros en la muñeca izquierda, uno más en el tobillo y un dolor insoportable en la parte baja de la espalda. Me levanté como pude con la ayuda de las dos amigas que me acompañaban esa noche y me largué a llorar como una bebé. No por mi platita ni por mi rimel nuevo ni por mis llaves ni por mi Nokia de 2004. No. Sino por la bronca, por la impotencia, por el odio de sentirme invadida.
Seguí escuchando sus patéticas risas a lo lejos mientras un policía con cara de dormido se me acercaba masticando chicle. Que si quería que me llevara al hospital, que si quería que me llevara a casa en el patrullero, que si quería hacer la denuncia. Nada de eso. Quería, le dije, que estuviera atento en el momento que vio una enduro andar por la vereda contramano a tan sólo media cuadra de él. Quería caminar con tranquilidad con un grupo de amigas del colegio. Quería por lo menos sentirme protegida en esa cuadra de calle Santa Fe, justito a donde funciona la Policía Federal. Una más de las tantas paradojas de mi Tucson querido…
Frente al Banco Francés quedó mi cartera hecha pedazos. Solita y vacía (aún no comprendo cómo hicieron para dejar el bolso y llevarse todo lo que había adentro en un instante). Y se fueron las sonrisas congeladas de mis sobrinos en mi billetera vieja y los contactos y mensajitos de mis seres queridos en mi celular. La saqué barata, dicen. Seguro, pero necesito gritar bien fuerte ¡qué reverendos hijos de puta por Dios!
Hace 7 años