martes, 9 de febrero de 2010

Se fueron nomás...

La ropa sucia desparramada en la valija. Un poquito de arena que salpica los zapatos. A los bronceadores los guardo en el cajón y uno que otro shampoo de frasco chiquito queda en el estante de mi cuarto para el año siguiente. Bolso de mano listo. Casa cerrada. Se fueron nomás. Y qué cortitas son… mientras viajo en el ómnibus me hago la tonta. Total… sigo viajando, sigo de vacaciones, pienso. Miro por la ventanilla ese paisaje que se repite a lo largo de toda la ruta y trato de resolver la existencia. El gris del asfalto, el verde parejito del pasto y mis ideas que van y vienen como los veranos. Duermo. Me despierto. Leo. Quiero fumar y huelo respetuosamente mi paquete de Philip 20 nuevito. Mi enano duerme como un angelito con su gorra decana entre los brazos. Las horas pasan, Sabina me endulza los oídos y cada vez tengo menos escapatoria. La costa quedó lejísimos, los edificios de Buenos Aires muy atrás. Me despierto después de un sueño cortísimo y a la izquierda me sonríen José Cano y Juan Casañas en un cartel gigante. Listo. No hay con qué darle. Estos son nuestros. La hermosísima entrada a mi Tucson querido me recibe con su divina pintura celeste y verde que me recuerda la prolijidad impecable de mi municipio capitalino. Bienvenidos a San Miguel de Tucumán. ¡Muchas gracias! Sigo medio dispersa y medio dormida. Pero todavía estoy con la cabeza apoyada en la almohadita de El Norteño Vip comodísima. El ómnibus para. Ya está. Bajo las escaleritas con mi enano y su gorra decana, y una ráfaga de viento zonda me quita la respiración. “Íte bajando las valijas vos papito”, le grita una mujer gordita y transpirada a su marido al que literalmente le falta el loro. Definitiva y evidentemente, llegué a mi amado Tucumán. Y ahora, a trabajar gente. Aunque después de mis churros, mis hamburguesas post boliche, mi balneario querido, mi sol fresquito y mi viento miramarense, cueste tanto…