
Lunes de verano. Una de la tarde. Mi cuerpo hace lo posible por andar bajo un sol insoportable que no da tregua desde hace una semana. Se me parte la cabeza y no soporto el agüita que me cae por la espalda y me humedece la musculosa de algodón mientras transito la querida y detestada 25 de Mayo. ¿Mal humor? Un poco. A media cuadra la diviso. Es de esas personas que no son amigas pero tampoco desconocidas; digamos que es de las que tenés que pararte a saludar sí o sí, por más que el sol de medio día te implore que te hagas la distraída. Pienso en agarrar el celular y hacerme la de charlar para poder saludarla con la mano y seguir mi camino, pero me arrepiento por miedo a que sea evidente.
Ya está. La tengo en frente con su nuevo look: estrena extensiones larguísimas en el pelo, reflejos recién hechos y “lolas” (como ella misma me contará dentro de unos segundos). ¿Qué es de tu vida? ¿El laburo? ¿El novio? ¿Tu flia? Intercambiamos las típicas preguntas y respuestas que hacen a esa especie de no amistad que me une con mi conocida. ¿Me ves distinta?, me indaga. Sí, respondo casi sin pensar. Me relata, entonces, con lujo de detalles, que se acaba de operar las “lolas” y que fue rapidísimo, y que divino el médico y que un postoperatorio espectacular y que ahora las tiene medio duras pero ya se le van a ablandar y que bla, bla, bla. Los rayos de mi enemigo se me clavan en la nuca y solamente quiero llegar a casa y prender el aire, pero mi conocida sigue dándome detalles de su reciente intervención que poco me interesa.
En fin, la morocha pechocha no está conforme y me cuenta que va a esperar unos meses y se va a hacer un nuevo implante. Aha, contesto mientras le miro las nuevas lolas que me parecen simplemente gigantes y pienso en que dentro de unos días serán más gigantes aún y que dentro de unos meses o años las pequeñísimas arrugas que se le forman debajo de los ojos desaparecerán de un solo pinchazo.
Con un esfuerzo sobrehumano vuelvo al hilo y la charla se desvía hacia el amor otra vez. Le digo que bien, que gracias a Dios las cosas marchan muy bien con el novio eterno (eteeerno, como me dice ella). Me sonríe y lanza la pregunta, la de siempre, la que hacen todos. Y vos Luli, ¿para cuándo? ¡Pero ché… todos quieren casarme! No, no, todavía no, disparo inocente. ¡No te hablo de casorio! ¿Cuándo te operás? ¡Te quedaría bárrrrrrbaro!, me dice como quien habla de algo trascendente, vital, relevante. Dudo un segundo entre explicarle mis argumentos o no. Decido que no vale la pena y solamente respondo un “jamás” seco y frío.
Quiero mi Migral Compuesto que todo lo cura asique despido a mi conocida con un beso en la mejilla y el tradicional “chau querida… cuidate, que andes bien”. Vuelvo a casa con el mismo mal humor aunque de vez en cuando se me escapa una carcajada al recordar la estupidez crónica de mi conocida. Opérese usted, mujer, sea feliz… llene ese vacío estético que le falta con el bisturí y el bendito plástico del nuevo siglo pero ¡por favor! No crea que todas soñamos con lo mismo. Algunas, se lo juro, somos felices con las reales, las chiquitas e insignificantes, las que nos demuestran que la naturaleza no es perfecta pero aún así, es hermosa, siempre.
Ya está. La tengo en frente con su nuevo look: estrena extensiones larguísimas en el pelo, reflejos recién hechos y “lolas” (como ella misma me contará dentro de unos segundos). ¿Qué es de tu vida? ¿El laburo? ¿El novio? ¿Tu flia? Intercambiamos las típicas preguntas y respuestas que hacen a esa especie de no amistad que me une con mi conocida. ¿Me ves distinta?, me indaga. Sí, respondo casi sin pensar. Me relata, entonces, con lujo de detalles, que se acaba de operar las “lolas” y que fue rapidísimo, y que divino el médico y que un postoperatorio espectacular y que ahora las tiene medio duras pero ya se le van a ablandar y que bla, bla, bla. Los rayos de mi enemigo se me clavan en la nuca y solamente quiero llegar a casa y prender el aire, pero mi conocida sigue dándome detalles de su reciente intervención que poco me interesa.
En fin, la morocha pechocha no está conforme y me cuenta que va a esperar unos meses y se va a hacer un nuevo implante. Aha, contesto mientras le miro las nuevas lolas que me parecen simplemente gigantes y pienso en que dentro de unos días serán más gigantes aún y que dentro de unos meses o años las pequeñísimas arrugas que se le forman debajo de los ojos desaparecerán de un solo pinchazo.
Con un esfuerzo sobrehumano vuelvo al hilo y la charla se desvía hacia el amor otra vez. Le digo que bien, que gracias a Dios las cosas marchan muy bien con el novio eterno (eteeerno, como me dice ella). Me sonríe y lanza la pregunta, la de siempre, la que hacen todos. Y vos Luli, ¿para cuándo? ¡Pero ché… todos quieren casarme! No, no, todavía no, disparo inocente. ¡No te hablo de casorio! ¿Cuándo te operás? ¡Te quedaría bárrrrrrbaro!, me dice como quien habla de algo trascendente, vital, relevante. Dudo un segundo entre explicarle mis argumentos o no. Decido que no vale la pena y solamente respondo un “jamás” seco y frío.
Quiero mi Migral Compuesto que todo lo cura asique despido a mi conocida con un beso en la mejilla y el tradicional “chau querida… cuidate, que andes bien”. Vuelvo a casa con el mismo mal humor aunque de vez en cuando se me escapa una carcajada al recordar la estupidez crónica de mi conocida. Opérese usted, mujer, sea feliz… llene ese vacío estético que le falta con el bisturí y el bendito plástico del nuevo siglo pero ¡por favor! No crea que todas soñamos con lo mismo. Algunas, se lo juro, somos felices con las reales, las chiquitas e insignificantes, las que nos demuestran que la naturaleza no es perfecta pero aún así, es hermosa, siempre.