miércoles, 5 de noviembre de 2008

Mi anormal fobia al avión (primera parte)

Admiro la gente que disfruta un vuelo, que dice “qué lindo, por fin me subo a un avión después de tanto tiempo”. A mí, me revuelve el estómago, me da escalofríos, me inunda de terror. Y me repiten sin cesar que es más seguro, que la mayoría de los accidentes se da por vía terrestre, que es más fácil que un ladrillo te rompa la cabeza en la calle a que un avión se caiga, que si te morís encima de un avión ni cuenta te das porque te agarra un paro cardíaco… y etcétera. No. No me importa. Creí que subiéndome lo iba a superar. Tampoco. Blanca como un papel, con unas ganas infinitas de vomitar y escaparme antes del despegue, me entregué ayer a las manos del piloto Pascual que nos llevó a Buenos Aires en una hora y media. Con voz amigable, nos tranquilizaba. “Señores pasajeros, les habla el comandante Pascual, estamos volando a 14 mil metros de altura, a una velocidad de 750 kilómetros por hora. El clima es favorable y si las condiciones siguen así, a las 10.00 aterrizaremos en Aeroparque”. ¡Maravilloso! ¡sólo 14 mil metros! ¡Clima favorable! ¿Si las condiciones siguen así? ¡Ay, Dios, y si cambian, qué pasa! Hay gente que duerme y yo me pregunto cómo lo logra.
Me duele la panza y recuerdo con amor las contracturas que me genera el ómnibus después de 13 horas de viaje hacia la Capital. Y sí. Prefiero la inseguridad del tambaleo en los bondis vetustos de dos pisos a la supuesta seguridad de estas máquinas maravillosas que me dan impotencia y me hacen sentir más vulnerable que nunca.
Intento charlar pero me doy cuenta de que ni siquiera puedo prestar atención a lo que me hablan. Tomo coraje y miro por la ventanilla. El río de la Plata me saluda a pocos metros bajo un cielo impecable y creo que empiezo a recuperar los colores en mi cara. Ahí vamos. Tomo aire por enésima vez y la dulce vocecita de una de las azafatas de Pascual indica que ajustemos los cinturones porque estamos por aterrizar. Siento los latidos de mi corazón en la garganta y cierro los ojos.
Ya está. Las ruedas del avión sobre la pista y soy feliz. Amo el asfalto, amo el auto de mi viejo, amo la bici de Miramar y los colectivos sin controles. ¡Los amo! porque son inseguros, sí, pero pisan fuerte sobre la tierrita que me encanta. Y desde ayer, odio las nubes, el azul del cielo y las ciudades hermosas vistas desde arriba.


Mi anormal fobia al avión
(segunda parte)
Terminó la Feria Internacional de Turismo y eso significa que no hay escapatoria: tengo que volver a subirme al avión. El chofer de una combi nos lleva hasta el aeropuerto, acelera demasiado y se liga varios bocinazos intolerantes de conductores que tienen razón. Pero yo me siento bien y pienso en lo lindo que sería que este tal Cacho mal conductor siguiera viaje y nos dejara en Tucumán. Pero razono y me avergüenzo de lo idiota que puedo llegar a ser. Ya está, dos horitas nomás, el vuelo de ida fue tranquilo (eso dicen) y este va a ser igual. Check –in, embarque y allá vamos otra vez. Se me retuercen las tripas, intento pensar en otra cosa y sólo siento el ruido detestable de las turbinas y el aire que me golpea torpe la cara mientras camino por la manga hacia mi amigo el avión. Me doy cuenta que odio hasta su forma, la punta como un cohete, el blanco pálido de su estructura, las inscripciones de su marca, el tamaño de sus alas, lo angosto del pasillo y el color gris triste de sus asientos. Hasta le veo cara, lo juro. Y es cara de malo, de muy malo y poderoso.
20-D. Ese es el número que me dio con una sonrisa de oreja a oreja la empleada de la línea aérea. Ahí me siento, quietita y con el cinturón abrochado mucho antes que den la orden de hacerlo. Agarro la revista que ya había ojeado a la mañana y vuelvo a mirarla pero sin verla; vuelvo a leerla pero sin comprenderla. Asique la cierro y espero. Mi amiga me da charla, se ríe, es feliz. Trato de disimular mi angustia pero poco me dura la careta. El despegue me delata y vuelvo a ponerme blanca como un palmito. Ya está, pasó, estamos arriba. Supero los mareos y arranco una entretenida conversación con mi amiga del alma, que en vez de miedo parece sentir amor por el vértigo. En eso estamos cuando me sacude una tierna turbulencia. Ya pasa, ya pasa, me repiten. Pero no pasa.
Miro a las azafatas charlar con el comandante y una de ellas agarra el teléfono de la cabina. “El comandante en jefe les solicita que ajusten sus cinturones de seguridad porque estamos atravesando una zona de turbulencias”. Así, sin más. Cierro los ojos de nuevo y mi amiga me apantalla con la revista que nunca pude leer. Mi cuerpo se mueve al ritmo de las turbulencias y los pocitos de aire me hacen sentir bien cerquita de la muerte. Extraño a Pascual, que me había dicho que el clima era favorable. Este piloto no me habla, ni siquiera me cuenta a qué velocidad vamos ni a cuántos metros de altura estamos. Los pasajeros se miran y aunque no todos portan mi palidez, sé que tienen miedo.
Unos 25 minutos y listo. El avión asciende más y está quieto. Ya pasó. Me quedo muda hasta que empieza el descenso a Tucumán. Veo las luces de los relámpagos por las ventanillas y pido una bolsita para vomitar, aunque no lo consigo. Por fin, logro divisar las luces de Tucson cercanas y mi amigo el avión aterriza torpemente en la pista del aeropuerto Benjamín Matienzo. Estoy histérica, agarro mi bolso y me levanto. Atravieso el pasillo angosto y el piloto me sonríe y me dice “Gracias por elegirnos”. Sin pensarlo, retruco “Gracias a usted, comandante, por haberme hecho pasar el peor día de mis 25 añitos”. Se ríe. “Pero flaca, lo hicimos muy bien”. Bajo las escaleras y piso mi tierra con las piernas temblorosas. ¿Qué significará hacerlo muy mal? Ya no me importa. Odio los aviones y si tengo que subirme alguna otra vez por obligación, que sea con Pascual…

18 comentarios:

Sebastián Nadal dijo...

Jajaja, ¡qué locura! El relato me hizo sentir la ansiedad que sentiste arriba del avión. Muy bueno. Y... después arreglamos y salimos todos con Pascual (parece un tipo copado).
Saludos.

María Abraxas dijo...

Jajaja, ¡gracias Sebastián! Tengo que visitar una psicóloga urgente, lo sé... espero superarlo algún día y poder disfrutar de un vuelo sin que Pascual esté al mando de la nave. Un beso grande.

Natalia J Viola dijo...

Si amiga, tenés problemas...acaso no te acordás cuando nos separábamos en la planta baja del diario porque vos tenías pánico de que nos quedaramos encerradas y preferías subir 7 pisos??!!!!
jajajaja....
Besos

María Abraxas dijo...

Tallo cómo me vas a deschavar asi!! lo de los ascensores no lo iba a contar pero bue... se ve que es una fobia al encierro. Imaginate si el ascensor del diario me daba pánico, lo que sentí a 14 mil metros de altura. Mal, muy mal... deberían inventar otro medio de transporte para la gente como yo. Me voy a poner en campaña. Besos.

Anónimo dijo...

Me confieso...soy la amiga de la que habla Cocho en su crónica tan gráfica. Pido perdón públicamente porque mientras ella entraba en un cuasi estado de pánico yo tenía un ataque de risa incontrolable y les aclaro que todo lo que dice es la pura realidad, cada momento que describió pasó tal cual. Amiga mía con mi compañía en estos viajes espero contribuir a eliminar tu fobia y que llegue el día que te rías junto conmigo de las torpezas de nuestros queridos pilotos no Pascuales.
Espero compartir otro viaje con vos porque me divertí mucho (espero sepas perdonarme jaja). Besos. Te quiero!!!

Anónimo dijo...

Tu cara de situación límite ha de haber sido imperdible!!!

Disco Stu (Juan Rovira) dijo...

Tenía 9 años e ir al cine estaba de moda. Mi mamá, luego de contarme la historia, me llevó a cine a ver la película Viven (la de los rugbiers) Y me agarró pánico por viajar en avión. Por culpa de ese miedo a volar no conocí EEU.UU. Te entiendo, amiga. Besotes.

Gaby Baigorrí dijo...

¡Qué descripción! ¡Pobre amiga! ¿No probaste tomando algo? Mi papá tiene fobia y le dan una pastilla. Quizás el Fernet también funcione je je. Yo soy de las que disfrutan los viajes en avión. Pero hoy por hoy, y en el estado en el que están los aviones, no sé si sería feliz en uno de esos.
Besos

Bruno Cirnigliaro dijo...

Luli; excelente relato! Me dio una ternura Pascual... No soy de los que temen a los aviones; he aprendido a convivir con ellos, sobre todo en este último año. Pero eso sí: los aviones que te llevan a baires sí que dan miedo... de sólo mirarlos!

Saludos

María Abraxas dijo...

Lú: gracias por acompañarme. El hecho de que te rieras me dio tranquilidad jaja ni que vos fueras piloto!!
Safiro:es exactamente la cara que registra tu memoria...
Chichon: pobre de tí! y le faltó tacto a la vieja no? digo, para llevarte a ver Viven a los 9 jajaja
Gá: gracias por los consejos. No tomé pastilla porque eran pocas horas y tenía que hacer notas o sea que necesitaba lucidez. Y lo del fernet lo voy a tener en cuenta, posta, para un viaje más largo...

Besos a todos y gracias por leerme!!

María Abraxas dijo...

Brunin... qué bueno que te acostumbraste! igual, no te quedaba otra no? y en cuanto a los vuelos a Buenos Aires, es la verdad. De mirar el avión ya te da miedo. Besote.

Anónimo dijo...

jajajaj!! te habra pasado lo que a Marge Simpson? algo asi sera, es para sicologo! miedo a los ascensores, miedo a las alturas, mmmm no se. Leia el otro dia en un libro sobre Maduracion en las niños desde el nacimiento hasta el año que podria estar esto relacionado con alguna caida de bebe!! no me acuerdo haberte tirado al piso, no me acuerdo que te hayas caido! me parece que Pilar te tiro y no dijo nada!!
Me rei mucho, me imagine tu cara, hasta con la bolsita asquerosa para el vomito que no conseguiste.
Yo vole mucho este año, no pase por muchas experiencias malas, la mejor? cuando estaba volviendo de Comodoro, amago el aterrizaje, y dice el Piloto, como habran visto estabmos preparandonos para aterizar, pero hay un pequeño problema con el tren de ATERRIZAJEEEEEEEEEE, que estamos tratando de subsanar!, yo me imagine un mecanico colgado del ala pateando las ruedas a ver si bajaban, no se como, pero bajaron y todo ok.
Y otra, tambien desde Comodoro, amague de aterrizaje, y dicen hay canes en la pista, hasta que el personal de seguridad los retire, no podemos aterrizar, en fin, la seriedad que nos caracteriza!
besos hnita!!

Juan Pablo Sosa dijo...

La pucha me hiciste que definitivamente no quiera poner jamás un pie en un avión. Desde chico sufro el síndrome de Mario Baracus y siempre me negué a subir a un avión. Igual, una de las metas de mi vida es superar ese miedo.
Muy lindo blog con relatados muy interesantes. Pasaré seguido por aquí

Juan Pablo Sosa dijo...

Me olvidé: AGUANTEN LOS TRENES!
Besos

Holden Caulfield dijo...

Amo los aviones. Mi fobia anormal es a los perros. En fin...

Anónimo dijo...

Hola Luli, me encanto tu relato, es mas creo que los que leimos sentimos esa ansiedad que sentiste.
En mi caso ami me encanta volar y disfruto cada segundo del vuelo, desde muy chico que fui asi y por sobre todo disfruto mas si voy del lado de la ventanilla.
besos tu compañero de laburo Gus.

Tatito Tales dijo...

Este video te podría ayudar con ese problema de la fobia amigo, riese un rato http://www.youtube.com/watch?v=mJlY2go3UAI

Unknown dijo...

Luli, yo estoy pasando por una etapa rara donde tengo panico por los aviones, se que lo tengo que superar.. Paso a paso.. Si alguien sabe como, agradecere su ayuda