miércoles, 22 de octubre de 2008

La escucha

Lo escuché sin querer. Estaba en la panadería esperando que me entregaran las tortillas para complementar el asadito del medio día del domingo y dos chicas hablaban entre risas. Habrán tenido, supongo, unos 14 o 15 años. No más. Mientras, yo hacía un rollito con el número 16 que me había entregado la empleada de Casapan y trataba de matar el tiempo analizando la forma de las medialunas, preguntándome por qué el vidrio de la heladera que conserva las tortas estaría tan sucio y deduciendo si la crema de las bombas sería de pastelera o chantilly (sí, cosas que uno suele hacer cuando espera y que no construyen nada, sólo hacen pasar los minutos vacíos). Y ahí seguían ellas, dos niñas vestidas con pantalones idénticos y remeras sueltas; con los ojos delineados con un negro triste y duro y flequillos gordos que tapaban la mitad de sus caras infantiles (o adultas).
Una risotada me llamó la atención. Habré estado a unos dos metros de distancia. Entonces, la curiosidad me hizo desviar la atención de la crema y el vidrio para escuchar el motivo de la risa de las chicas.

- Pero yo estaba muy borracha! (risas)
- Sí, el también. ¿Pero pasó o no pasó? (más risas)
- Pasó, pasó... (risas y más risas)

No pude evitar deslizar una sonrisa. Me remonté a mis 14 y me encontré rodeada de mis compañeras de colegio, debatiendo en un recreo caluroso a quiénes invitaríamos a la tan esperada fiesta de gala del Jockey. Por aquellos años hablábamos de si bailaríamos o no “lento” con el posible candidato, de cuánto lo dejaríamos acercarse a nosotras y de cuál sería nuestra reacción ante una “apretada” fuera de lugar. Volví a sonreír al recordar nuestra inocencia un tanto absurda y las miles de charlas que tuvimos de los 16 en adelante para contar los detalles del primer beso (con los noviecitos, lógicamente). Y pensé en cómo las cosas cambiaron en tan pocos años y en cómo los besos dejaron de estar relacionados con el amor o el cariño y pasaron a ser un trámite, una diversión, un momento... no juzgué a las niñas-grandes en absoluto, solamente me sorprendió la diferencia.
Claro que la charla no terminó ahí. La empleada de Casapan iba por el número 11 asique aún quedaban cinco pedidos que me permitirían seguir alimentando mi curiosidad. Mientras una mujer decidía si quería medialunas o facturas, yo atendía. Atendía para entender.

- Fuiste a su casa?
- No, estaban los “viejos”
- Y????
- Fuimos ahí... al del aeropuerto (más y más risas)

El del aeropuerto es un hotel. Se llama Amadeus. Por un segundo entendí a mi mamá cuando se vuelve loca tratando de entender a la que ella llama la “juventud perdida”, un adjetivo del que siempre me río y la trato de vieja anticuada. Pero esta vez, la entendí. Entre mi inocencia y mi sorpresa, volví de nuevo a las mañanas de delantales y corbatas. Yo no sé si este nuevo estilo de vida de la mayoría de los chicos y chicas está bien o mal, si es lo mejor para ellos o no. Pero, definitivamente, me quedo con la aceleración de los latidos del corazón ante el roce tímido de una mano de hombre o con las noches que pasábamos desveladas repasando mil veces cómo había sido “ese momento” o con la espera eterna del beso soñado con el primer novio... los tiempos cambiaron ¿no? Y valga el lugar común.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

entre bloggers y floggers, cumbios y raperos y que se yo cuantas tribus mas, los veo y no los entiendo, a veces por dentro, siento que no estoy tan lejos, yo, de mis 20 años, pero al ver lo que afuera pasa a esa edad, y con la vida un poquito andada, me doy cuenta que estoy años luz de eso. Tambien debato en los lugares mas locos, conmigo mismo, caras y lugares, tal vez en la panaderia o kiosco, y escucho...y me escucho, y a veces, solo a veces....entiendo.

Anónimo dijo...

¡Parece que hace tanto teníamos 14 o 15 años!Hay tanta distancia entre mis 14 y los de mi hermano... Creo que están un poco vacìos. Me quedo con los mìos...